martes, 23 de diciembre de 2014

Viajando





María esté embarazada. Embarazadísima. Debería estar preparando su casa para el nacimiento de su Hijo, descansando con los pies en alto y dejándose cuidar. Sin embargo, viaja en el crudo invierno hasta la ciudad de David, en la que debe nacer Jesús. 


En los últimos días, el peso del Niño se ha desplazado hacia abajo, y la obliga a caminar echando su cuerpo hacia atrás, como un contrapeso. Los riñones le duelen de la postura. La tripa le tira por debajo. Cuando se sube a la mula para descansar la espalda, los tobillos se le hinchan. Duerme mal por las noches, porque tumbada le cuesta respirar. Oscuros semicírculos intentan ocultar, sin conseguirlo, la luz de sus negros ojos. No pierde la sonrisa, porque la alegría que la inunda es imposible de contener. A pesar de la fatiga, de las molestias, del cansancio.

La cara de José es un poema cuando mira a su esposa. En su expresión se mezcla el orgullo con la preocupación y un punto de incertidumbre. La hora de María está cerca. No sabe si encontrará partera en Belén o donde se encuentren en ese momento. El parto es un momento muy peligroso. Muchas mujeres mueren. Muchos niños. Este viaje no puede ser bueno para ella. Sin embargo, pone cara de "todo va bien" para no preocupar a María.

Ella lee en la cara de su esposo como en un libro abierto, pero disimula. Le quiere tanto... Qué bueno es el Señor, que le ha regalado un hombre como este. Tierno, atento, cariñoso. Trabajador, responsable. Con un puntito gamberro que hace que nunca falte la risa en casa. 

Ambos se miran, se sonríen y siguen adelante, sin palabras. No hacen falta