domingo, 15 de diciembre de 2013

Conversación por email

Yo dije
 
El primer Sagrario de la historia es también el más bonito. A pesar de que no tenga ni oro, ni joyas, ni velas, ni cantos.
Es pequeño, humilde y pasa desapercibido. Viaja por un país lejano a lomos de mula, camino de un pequeño pueblo, desconocido hasta ahora.
Es oscuro y estrecho, y sin embargo es tan cálido, y dulce. Jesús apenas cabe dentro. Ya le cuesta moverse por la falta de espacio. Pero siente a su alrededor el latido del corazón de su Madre, y el amor que le rodea. Oye a través de las paredes de su refugio la risa grave de José, la música de la risa de María. Siente sus caricias, escucha sus palabras. Se duerme cuando Madre le canta. No lo cambiaría por ningún Sagrario de oro y piedras preciosas.
Y está esperando que le preparemos un huequito en nuestro corazón cuando nazca.
Sería cosa de intentar que sea lo más acogedor posible, ¿no?
 
Y ella dijo
 
En mi corazón, Jesús, no hay más que costras de pecado, intenciones descumplidas, rechazo y mal olor. Pero quiero que sea tuyo, que sea digno de recibirte, mi Rey, mi amor. Se me ocurre que por más que me afane en limpiarlo y sacudirlo, no hay manera, soy tan torpe. ¿Por qué no me miras con amor, con esa mirada dulce, y lo quemas todo? Así, todo convertido en ceniza, con el soplo de tu espíritu, desaparecerá. Y con la caricia de tu cuerpo y de tu sangre recibidos en la comunión, se convertirá mi pobre corazón en sagrario vivo, donde puedas descansar. Tu mirada, Jesús, renueva mi ser.

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