domingo, 13 de febrero de 2011

Ilusiones

Como habitualmente no desayuno, me resulta muy fácil creer en cosas imposibles a cualquier hora del día. Hace un tiempo, la inevitable intrusión de la realidad en forma de telediario, periódico o comentarista de radio me complicaba la tarea de permanecer en la bendita ignorancia, que siempre te permite creer que las cosas son de otra manera. 
Dios, en Su infinita sabiduría, ha decidido entregarme en depósito dos hijas, que me ayudan enormemente por el hecho de no dejarme libre ni la miajita de tiempo necesaria para ver el telediario. Y digo en depósito, porque tengo la teoría de que Dios no te da los hijos, te los presta. Es como una prueba del qué apostamos. Ahí los tienes, te dice. A ver qué haces con ellos. Tú te bandeas como mejor puedes, entre consejos bienintencionados proporcionados generalmente por gente que nunca ha visto un niño ni de lejos, y sin poder decir nada, porque te acuerdas de lo que le dijiste a todos tus amigos que tuvieron los niños antes que tú, y de cuando comentabas: -si fuera hijo mío, a buenas horas iba a hacer esto o lo otro.
Luego, después de un tiempo determinado fundamentalmente por la cantidad de agua caliente que les apliques, los niños se van de casa y pasan a ser una responsabilidad menor: constante pero no presente.
Y cuando llega el día de pasar el examen final, no me cabe duda de que el Jefe nos va a pedir cuentas de lo que hicimos con los hijos que nos entregó para que se los cuidásemos. Sólo espero que la paga sea por horas y no por objetivos...

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